Unidad 3 – Página 95
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Grandes migraciones de la historia. Hacia la tierra prometida
Los desplazamientos y cambios de residencia de grupos humanos de unas zonas a otras han sido constantes desde la remota prehistoria. Nomadismos, invasiones, peregrinajes, expediciones comerciales y colonizaciones han construido el mundo que hoy conocemos.
La primera migración fue la que sacó de su patria originaria en África a nuestros ancestros en diversas oleadas para expandirse por el mundo. ¿Qué les empujó a emprender tan colosal viaje? Probablemente aquellas primeras avanzadillas de Homo ergaster, acuciadas por el hambre y por un aumento de la población, aprovecharon una bonanza climática hace 1,7 millones de años para entrar en Asia y colonizar nuevos territorios. Después, sucesivas oleadas de homínidos cada vez más evolucionados siguieron avanzando en busca de mejores oportunidades de caza, hasta alcanzar Europa, donde la presencia humana (Homo antecessor) está fechada hace unos 700.000 años.
Paso libre a los cazadores
Una vez asegurada la ocupación de África y Eurasia, ya en tiempos del hombre moderno (Homo sapiens sapiens), tuvo lugar el poblamiento del continente americano, uno de los episodios del pasado que más controversia suscita. La tesis más aceptada por los antropólogos es la de que los primeros americanos eran cazadores asiáticos que llegaron desde las tundras siberianas hace unos 15.000 años a través del estrecho de Bering, probablemente persiguiendo grandes mamíferos.
Esto fue posible porque durante los periodos de glaciación, Siberia y Alaska formaban un solo territorio emergido por el que se podía pasar andando de un continente a otro. Las otras teorías sobre la penetración humana en América, como la de la travesía del Pacífico por australianos o polinesios, o la navegación del Atlántico por europeos, resultan menos verosímiles. Alrededor de 8000 a. de C., la revolución agrícola del Neolítico permitió que algunas comunidades se hicieran sedentarias en Asia Menor y la cuenca del Mediterráneo, foco de las primeras civilizaciones, pero el impulso viajero no menguó.
Por esas fechas, sucesivas partidas de pueblos con lenguas similares agrupados bajo la denominación de indoeuropeos empiezan a poblar Europa. Su origen es incierto: pudieron venir de la India, de las estepas siberianas, del Cáucaso o incluso de Dinamarca. En todo caso, su paulatina conversión de cazadores- recolectores en agricultores elevó la demografía y provocó nuevos movimientos de población. Hacia 2200 a. de C., estos pueblos se desplegaron por el continente; las migraciones hacia el sur (Creta, Chipre, Tesalia) dieron origen al mundo grecolatino, mientras que en el centro y oeste proliferaron las tribus celtas y germánicas.
Durante el primer milenio a. de C., los griegos y fenicios navegaron por todo el Mediterráneo, creando asentamientos en el norte de África, Italia y España. Por esa época, el desarrollo de las primeras ciudades -polis- provocó también un movimiento migratorio del campo a la ciudad que luego se ha dado en todas las civilizaciones.
Tras el Imperio romano y las invasiones bárbaras -que se detallan en la parte siguiente de este documento-, los vikingos tomaron el testigo viajero y con sus drakkars navegaron mares y ríos en numerosas expediciones de exploración y conquista. Invadieron Irlanda y Gran Bretaña, arribaron a las costas de Canadá, atacaron varias localidades gallegas y penetraron por el Guadalquivir hasta Sevilla.
Europa domina el mundo
A partir del Descubrimiento del Nuevo Mundo en 1492, comienza una era de grandes movimientos migratorios. Los avances geográficos y técnicos permitieron el traslado controlado de personas a las nuevas colonias ultramarinas, bajo la dirección de los gobiernos o a cargo de compañías mercantiles. Las naciones europeas -España, Portugal, Francia, Inglaterra, Holanda, Bélgica, Alemania- se expandieron por África, Asia y, sobre todo, América. Si Europa, por su alta densidad demográfica, ha sido una cantera de emigrantes, América es la eterna tierra de promisión. La inmensidad de su territorio, repleto de riquezas naturales, y la bajísima tasa de población, eran un reclamo irresistible para los colonizadores, que emprendieron una nueva vida lejos de las guerras que sacudían Europa.
Como contrapartida, su llegada fue devastadora para los pueblos de América Central y del Sur (mayas, aztecas, incas…), cuyas culturas fueron aplastadas y su población mermada por las enfermedades introducidas por españoles y portugueses. En el Norte la colonización francesa y anglosajona también fue fatal para los indígenas, que vieron trastocados sus modos de vida y acabaron exterminados o confinados a reservas.
En todo caso, mientras las colonias se mantuvieron dependientes de las metrópolis, los traslados presentaron cifras reducidas. Se calcula en 100.000 el número de españoles inmigrados a la América hispana durante el primer siglo colonial (1492-1600). Sin embargo, a partir de la emancipación de los Estados americanos a inicios del siglo XIX, hasta la primera mitad del XX, se produjo el mayor trasvase de población de la Historia.
El sueño de hacer fortuna
En esos años se ocuparon casi todas las tierras despobladas del mundo, en un movimiento libre de cortapisas legales, incentivado por los países de acogida. Era un fenómeno de tipo individual, no regulado por los gobiernos, sino alimentado por los propios emigrantes: gente impulsada por el sueño de hacer fortuna o, al menos, de alcanzar una vida mejor.
Hubo migraciones dentro de Europa, desde el Sur (Italia, España, Grecia) hacia el Norte (Francia, Reino Unido) y del Este (Rusia, Polonia) hacia el Oeste (Alemania), pero la mayoría miraba hacia la otra orilla del Atlántico. Se estima que entre 1800 y 1940 cruzaron el charco 55 millones de europeos, de los que 35 se establecieron de modo definitivo; entre ellos, 15 millones de británicos (ingleses e irlandeses), 10 de italianos, 6 de españoles y portugueses, 5 de austriacos, húngaros y checos, 1 de griegos, alemanes, escandinavos…
Estados Unidos, donde a inicios del siglo XX entraban 1.300.000 extranjeros al año, fue el primer país en acoger oleadas masivas de inmigrantes, ejemplo que luego seguirían Australia, Canadá, Argentina, Brasil y Uruguay; estas tres últimas naciones recibieron a 12 millones de personas, sobre todo italianos, españoles y portugueses hasta 1940. Muchos asiáticos también emigraron a América, especialmente japoneses a Brasil y chinos a EE UU. Sin embargo, el grueso de la emigración de ese continente se produjo a países vecinos: unos 14 millones de chinos se marcharon a Indonesia, Tailandia, Malasia o Vietnam.
La emigración tuvo como objetivo inicial la colonización agraria en los solitarios espacios del Oeste norteamericano o las llanuras del Chaco, la Pampa y la Patagonia en Argentina y Chile. También la fiebre del oro llevó a California a partir de 1848 caravanas de buscadores, mineros y aventureros que poblaron rápidamente la región. Pero desde finales del XIX, la mayoría de emigrantes dirigieron sus pasos a ciudades como Nueva York, Chicago o Buenos Aires.
Alonso, A; Otero, L. (s.f.). Grandes migraciones de la historia. Hacia la tierra prometida. Muy Historia. Recuperado de http://goo.gl/vFzxaF