-¡Ay!, padre, yo más que al aceite.
Y el rey quedó satisfecho con la respuesta.Luego se dirigió a la segunda y le preguntó lo mismo y la hija le contestó:
– Yo te quiero más que ¡al mismo pan!
El rey quedó contento también con esta respuesta y cuando fue a preguntarle a la hija pequeña, ella le contestó:
– Yo te quiero más que a la sal
Esta respuesta no le gustó nada al rey, que se ofendió y envió a su hija pequeña fuera de sus tierras.
El cocinero lo había estado escuchando todo y, como vio que aquello era una injusticia muy grande, escondió toda la sal que había en el palacio, así que a partir de entonces todas las comidas se sirvieron sosas.
Cuando el rey las probaba, decía que no le gustaban y poco a poco fue perdiendo el apetito y cayó enfermo.
Médicos y magos llegados de tierras remotas, intentaron sanar al rey, con las más novedosas medicinas. Sin embargo, y a saber porque: Ni pócimas, ni botica, ni las estrellas del cielo, podían ayudarle.
Hasta que una mañanita feliz de abril. Se presentó su hija pequeña en palacio, y cuando el rey, la vio, tan linda y pura, como una azucena. Cayó en la cuenta; y dijo Abrazándola:
-Hija mía, ¡Cuán me arrepiento! De haberte desterrado.
Así que la miro, con los ojos del corazón y le pidió perdón.
Desde entonces, y si me equivoco, me corregís…
El reino junto con todos sus habitantes vivieron felices y comieron mucho pan con aceite y sal..