Tema 3: Equis igual a…
Competencias digitales
Página 147
DIFERENCIA ENTRE EL CALENDARIO JULIANO Y EL GREGORIANO
HISTORIA DEL CALENDARIO: JULIANO Y GREGORIANO
► ¿QUÉ ES LO QUE UNO LE PIDE A UN AÑO POR VENIR?
Por empezar que sea bueno, pero además que coincida con el año astronómico (365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos).
Al fin y al cabo, un año es el tiempo que tarda la Tierra en completar una órbita entera alrededor del Sol y una de las mínimas exigencias que debe tener un año de buena calidad es que su duración y la del viaje de la Tierra en su órbita sean iguales.
No se trata de un mero capricho: es interesante que las estaciones empiecen más o menos siempre en la misma fecha: que el otoño y la primavera (equinoccios) se produzcan el 21 de marzo y el 21 de septiembre, y que el comienzo del verano y del invierno (solsticios), el 21 de diciembre y de junio respectivamente.
El asunto de las estaciones era de vital importancia para las antiguas sociedades agrícolas que debían determinar las fechas de siembra y recolección.
Los primeros y primitivos calendarios lunares no conseguían encajar en el año solar: las discrepancias se corregían de tanto en tanto agregando un mes o algunos días extra.
Pero en el siglo I antes de Cristo, en Roma, los errores acumulados habían logrado que el año civil y el solar estuvieran desfasados en tres meses: el invierno empezaba en marzo y el otoño en diciembre, lo cual sin duda era bastante incómodo.
Julio César introdujo la primera gran reforma. Impuso el uso universal del calendario solar en todo el mundo romano, fijó la duración del año en 365 días y seis horas, y para que esas seis horas de diferencia no se fueran acumulando se intercaló un día extra cada cuatro años: los años bisiestos tienen trescientos sesenta y seis días.
La reforma entró en vigencia el 10 de enero del año 45 a. de C. —805 de la fundación de Roma—.
Con el tiempo, se impuso la costumbre de tomar como bisiestos los años que son múltiplos de cuatro.
Pero aquí no acabó la cosa, ya que el año juliano de 365 días y seis horas era un poco más largo (11 minutos y 14 segundos) que el año astronómico real, y otra vez los errores empezaron acumularse: a fines del siglo XVI las fechas estaban corridas alrededor de diez días, y la primavera empezaba el 11 de septiembre:
el Papa Gregorio XIII emprendió una nueva reforma para corregir las discrepancias y obligar a las estaciones a empezar cuando deben: por un decreto pontificio de marzo de 1582, abolió el calendario juliano e impuso el calendario gregoriano.
Se cambió la fecha, corriéndola diez días: el 11 de septiembre (día en que se producía el equinoccio de primavera) se transformó “de facto” en el 21 de septiembre, con lo cual se eliminó el retraso acumulado en dieciséis siglos y el año civil y el astronómico volvieron a coincidir.
Pero además se modificó la regla de los años bisiestos: de ahí en adelante serían bisiestos aquellos anos que son múltiplos de cuatro, salvo que terminen en dos ceros.
De estos últimos son bisiestos sólo aquellos que sean múltiplos de cuatrocientos (como el 1600). Los otros (como el 1700) no.
Así, ni el 1800 ni el 1900 fueron años bisiestos.
El año 2000, sin embargo, lo será (porque aunque termina en dos ceros es múltiplo de cuatrocientos): la formula permite eliminar tres días cada cuatro siglos, que es la diferencia que acumulaba el calendario juliano en ese lapso.
Sin embargo, aun el “año gregoriano” con todas sus correcciones es 26 segundos más largo que el año astronómico, lo cual implica un día de diferencia cada 3323 años.
Para corregir esta pequeña discrepancia se ha propuesto sacar un día cada cuatro mil años de tal manera que el año 4000, el 8000 o el 16000 no sean bisiestos (aunque les toca).
En todo caso, de la longitud del año ocho mil, o dieciséis mil, no necesitamos preocuparnos ahora: los años que estamos usando tienen una duración más que aceptable.
EL CALENDARIO ROMANO
Entre los romanos antiguos el año tenía diez meses: empezaba en marzo y terminaba en diciembre.
El rey Numa Pompilio (715-672 a. de C.) añadió otros dos meses, enero y febrero.
A partir del año 46 a. de C. se produjo la reforma de Julio César (calendario juliano) y el año pasó a tener 365 días y cada cuatro años se añade un día en lo que llamamos año bisiesto —día que vosotros añadís después del 28 de febrero, pero que en Roma se situaba entre el 24 y el 25 (algo así como si se repitiera el día 24 dos veces)—.
El calendario juliano es el que hoy tenéis con una pequeña reforma hecha en el siglo XVI (reforma gregoriana).
Los nombres de los meses latinos —de los que proceden los nombres de los vuestros— son: lanuarius (en honor del dios Jano), Februarius (de las Februa, unas fiestas de purificación), Martius (por el dios Marte), Aprilis (de origen incierto), Maius (por Maya, madre del dios Mercurio), Iunius (por Juno, la esposa de Júpiter), Iulius (por Julio César), Augustus (por Augusto), September (en principio, el séptimo mes), October (el octavo mes), November (el noveno mes), December (el décimo mes).
El cómputo de los días del mes en Roma es bastante complejo. En cada mes se distinguían tres fechas claves: las Kalendae (Calendas), las Nonae (Nonas) y los Idus.
El día primero del mes eran las calendas; las nonas correspondían al día 5 y los idus el 13, salvo en los meses de marzo, mayo, julio y octubre, en los que las nonas eran el 7 y los idus el 15.
Si la fecha coincidía con una de estas divisiones se decía, por ejemplo: En las calendas de enero (Kalendis Ianuarií), para referirse al día uno de enero; en los idus de junio [Idibus Iunií), para referirse al 13 de junio.
Para referirse al día anterior o posterior a estas fechas se decía: el día anterior (pridie) y el día posterior (postridie) a las calendas, las nonas o los idus del mes correspondiente.
Para señalar cualquier otro día hay que contar el número de días que va entre el día en cuestión y la división del mes inmediatamente superior, incluyendo el punto de partida y de término.
Así, por ejemplo, para señalar el día 11 de febrero la traducción del latín sería «tres días antes de los idus de febrero»; para el 29 de marzo se diría «cuatro días antes de las calendas de abril».
Por último, los romanos conocieron también la semana de siete días como vosotros. Los nombres latinos de los días —de los que derivan los vuestros— son: Lunae dies (día de la luna); Mariis dies (día dedicado al dios Marte); Mercuri dies (día del dios Mercurio); Iovis dies (día del dios Júpiter); Veneris dies (día de la diosa Venus); Sabbatum (el día hebreo del descanso: aunque primeramente este día se llamó Saturni dies —el día del dios Saturno—); Dominicus dies (el día del Señor, introducido por los cristianos, como el Sabbatum; primeramente se llamó solis dies —el día del sol—). A fuerza de repetirlo, el término dies solía omitirse.
Fuente Consultada: Cultura Clásica A/B Segundo Ciclo ESO – Macías – Axarquía – Editorial Mc Graw Hill. Recuperado de: https://historiaybiografias.com/calendario/