Unidad 5 – Las revoluciones en Europa y el camino hacia la independencia en América Latina

por | marzo 31, 2022

Tema 4: Revoluciones independentistas en América Latina

Competencias digitales

Página 171

Desarrollo

La llamada revolución hispanoamericana, pese a su estallido casi simultáneo en todas las colonias españolas, se caracterizó por carecer de unidad, de manera que correspondería más bien hablar, como Lynch, de revoluciones. México evoluciona sin contacto alguno con el resto de América y experimenta tanto la revolución social como el movimiento conservador; en Guatemala apenas habrá lucha pero sí declaración de independencia; las islas antillanas sin embargo seguirán unidas a la metrópoli. Por su parte, los movimientos suramericanos, inicialmente desconectados entre sí, acabarán entrelazándose y produciendo una especie de solidaridad interregional (argentinos luchan en Chile, venezolanos en Quito, etc.). Otra característica notable es la larga duración del proceso (se produce, en lo esencial, entre 1808 y 1825) y, sobre todo, su complejidad, pues lejos de ser un mero enfrentamiento entre españoles y americanos, incluye una guerra civil entre americanos así como aspectos de guerra interna entre regiones. Y todavía se puede decir que en un primer momento el objetivo mayoritario no era la independencia política sino la emancipación, concebida como expresión de autonomía dentro de la lealtad hacia el rey de España. Por otro lado, el papel de las masas populares y de los indígenas es bastante confuso, aunque es seguro que participaron en ambos bandos (en la batalla de Ayacucho la mayor parte de los soldados del ejército realista o español eran indígenas). Se trata de un proceso claramente vinculado a los sucesivos hechos que se van produciendo en España. En 1808 el vacío de poder creado por la doble abdicación de Carlos IV y de su hijo se trató de suplir creando una Junta Central Suprema, cuya autoridad inicialmente se acató también por las colonias, donde pronto se producen movimientos similares al motín de Aranjuez y se desconfía de la fidelidad de algunos gobernantes, a los que se considera afrancesados: en México se destituye al virrey Iturrigaray, en el Río de la Plata se trata de eliminar al virrey Liniers dado su origen francés. Comienza el movimiento juntista, creándose a partir de 1809 juntas para gobernar en nombre del monarca prisionero: Quito, La Paz, Chuquisaca, son las primeras, extendiéndose el movimiento entre abril y septiembre de 1810 a Caracas, Buenos Aires, Bogotá, Santiago de Chile. Inicialmente todas prestan juramento de fidelidad a Fernando VII, pero no acataban a la Regencia establecida en Cádiz tras la autodisolución de la Junta Suprema a fines de 1809, pues los criollos reivindican su derecho a formar sus propias juntas de gobierno. En algunos lugares, sin embargo, el movimiento juntista avanza más y se proclama la independencia: es el caso de Buenos Aires y Caracas, que se convertirán además en focos de insurgencia. Simultáneamente comienza en México un verdadero movimiento social, de masas: el levantamiento del cura Miguel Hidalgo, que en 1810 moviliza miles de indios (unas 60.000 personas, dice Lynch) y avanza sobre Guanajuato, ciudad que es saqueada, continuando hacia el oeste. El carácter radical del movimiento (abolición de la esclavitud y del tributo indio, reforma agraria) y su tremenda violencia asustó a los criollos que le negaron su apoyo. El movimiento es severamente reprimido, siendo Hidalgo y otros cabecillas ejecutados. El movimiento continúa dirigido ahora por otro cura rural, José María Morelos, que dota de contenido político a la insurrección, convocando un congreso que el 6 de noviembre de 1813 declaró formalmente la independencia y en 1814 promulgó una Constitución liberal (Apatzingán). Igualmente decreta que “a excepción de los europeos, todos los demás habitantes no se nombrarán en calidad de indios, mulatos ni otras castas, sino todos generalmente americanos”. Como había ocurrido con Hidalgo, los criollos mexicanos se opusieron a Morelos, que será capturado en 1815. En Venezuela la guerra civil se endurece también a partir de 1813 cuando Simón Bolívar, que destacó pronto como líder militar, dicta el decreto de “guerra a muerte”, en el cual advierte: “Españoles y canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de la América. Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables”. El regreso de Fernando VII al trono español en 1814, con la reinstauración del régimen absolutista y la anulación de la Constitución de Cádiz, pone fin a la primera fase del proceso independentista (1808-1814), inaugurando otra en la que la guerra civil americana adquiere ya caracteres de guerra colonial, pues la metrópoli trata de someter a las colonias por medios exclusivamente militares (Céspedes no comparte esta tesis, ya que el rey se comporta exactamente igual en la propia España). Pero si hasta 1814 las luchas giraron en torno a cuestiones como quién debía ejercer el poder durante la cautividad del rey, a partir de 1814 el problema será ideológico y enfrentará en España a liberales y conservadores, equivalentes en América a patriotas y realistas (aunque no a criollos y peninsulares, pues tanto unos como otros integraban ambos bandos). En realidad patriotas en América y liberales en España fueron por igual víctimas de la represión ejercida por el régimen absolutista, y sin duda hubo colaboración entre unos y otros a través de las logias masónicas. El general Pablo Morillo, enviado a América con 10.000 soldados, logra el sometimiento de Venezuela y Nueva Granada. Bolívar huye a Jamaica. El virrey de Perú, Abascal, domina Chile y Charcas. En México, Morelos es capturado y ejecutado en 1815. Hacia 1816 se vislumbra la posibilidad de una vuelta a la situación anterior a 1808. Pero comienza entonces la reacción de los patriotas, que darán a la guerra una escala verdaderamente continental: Bolívar regresa en 1817 y reorganiza sus tropas, reforzándolas con los llaneros del Orinoco, conquista Venezuela y atraviesa los Andes para vencer a los realistas en Boyacá (1819), logrando así la independencia de Colombia. Simultáneamente, en el Río de la Plata se proclama la independencia en 1816 (Congreso de Tucumán) y al año siguiente, desde la provincia de Cuyo, San Martín cruza los Andes, vence en Chacabuco y Maipó y declara la independencia de Chile en 1818, situándose en disposición de dirigirse al Perú, principal centro del poder español en Suramérica. En 1820 de nuevo un suceso en España tendrá consecuencias decisivas para América y marcará el paso definitivo a la independencia. El pronunciamiento liberal de Riego el día 1° de enero de ese año significa que el ejército que debía embarcar para América, se quedará en España para implantar el liberalismo y la Constitución de 1812. En América esto tiene un doble efecto: militar (las tropas realistas no recibirán refuerzos) y, sobre todo, político. Paradójicamente, lo que puso fin al orden colonial no fue el reforzamiento de la autoridad y el absolutismo, sino el progresivo debilitamiento de esa misma autoridad: la política liberal introducida en España en 1820 acabará de decidir por el camino de la independencia a los conservadores. Así ocurre en México, donde el criollo Agustín de Iturbide, que había combatido contra Hidalgo y Morelos, y era en 1820 comandante del ejército realista encargado de acabar con las guerrillas rebeldes de Vicente Guerrero, proclama el llamado Plan de Iguala (febrero de 1821), basado en las tres garantías (religión, independencia y unión), que en pocos meses conduce a la declaración de independencia (septiembre de 1821), a la que se suma también Guatemala. Por otra parte, en Suramérica se produce el definitivo enfrentamiento entre los independentistas y unas tropas peninsulares que, además de no recibir refuerzos de la metrópoli ni de los criollos realistas, están también debilitadas por disensiones internas entre oficiales liberales y conservadores. San Martín avanza entonces hacia el Perú (septiembre de 1820) mientras Bolívar asegura la independencia de Venezuela (Carabobo, 1821) y Quito (Pichincha, 1822). Ambos líderes se entrevistan en Guayaquil (julio de 1822), cerrándose así la llamada tenaza. La fase final de la guerra estará en manos de Bolívar y Sucre, y consistirá en la eliminación del reducto realista en Perú y Charcas tras dos grandes batallas, Junín y Ayacucho (agosto y diciembre de 1824). En abril de 1825, en Tumusla, se derrotó al último ejército español en el continente americano. El proceso independentista había terminado con un rotundo triunfo militar. Sin embargo, muchos analistas consideran que tal proceso fue una revolución frustrada ya que juzgan su éxito o fracaso atendiendo a la evolución política posterior de los países americanos: las nuevas naciones reconstruyeron el orden colonial, la colonia continuó viviendo en la república, no se produjo ningún cambio social de importancia, no se alteró la distribución de las riquezas… luego, la independencia fue una revolución frustrada. Sin duda todo es cierto, excepto la conclusión, porque nada de eso se había pretendido: independencia política, régimen republicano y apertura mercantil fueron tres logros inmediatos de la lucha independentista. Y precisamente esos habían sido, en general y salvo excepciones, los objetivos más revolucionarios de los libertadores.