Tema 1
Otros acercamientos de la creación teatral
Ideas mágicas
Página 110
Entremés del juez, el escribano y el procurador
(Adaptado al español actual)
Obra cedida por el Centro de Estudios Cervantinos
Escena II
(Entra un soldado bien aderezado y su mujer, Doña Guiomar.)
DOÑA: ¡Bendito sea Dios!, que se me ha cumplido el deseo que tenía de verme ante la presencia de vuestra merced, a quien suplico, encarecidamente, sea servido de descasarme de este.
JUEZ: ¿Qué cosa es de este? ¿No tiene nombre? Bien fuera que dijerais siquiera: «de este hombre».
DOÑA: Si él fuera hombre, no procurara yo descasarme.
JUEZ: Pues, ¿qué es?
DOÑA: Un leño, un simple trozo de madera inmóvil.
SOLDADO: Por Dios, que he de ser leño en callar y en sufrir. Quizá al no defenderme ni contradecir a esta mujer el juez se inclinará a condenarme; y, pensando que me castiga, me sacará de este cautiverio, como si por milagro se librase un cautivo de las mazmorras de Tetuán.
PROCURADOR: Hablad más comedido, señora, y relatad vuestro problema, sin ofender a vuestro marido; que el señor juez, que está delante, mirará honorablemente por vuestra justicia.
DOÑA: Pues, ¿no quieren vuestras mercedes que llame leño a una estatua, que no tiene más acciones que un madero?
MARIANA: Ésta y yo nos quejamos, sin duda, de un mismo agravio.
DOÑA: Digo, en fin, señor mío, que a mí me casaron con este hombre, ya que quiere vuestra merced que lo llame así; pero no es el hombre con quien yo me casé.
JUEZ: ¿Cómo es eso?, que no os entiendo.
DOÑA Quiero decir que pensé que me casaba con un hombre normal y corriente, y a pocos días me di cuenta que me había casado con un leño, como tengo dicho; porque él no sabe cuál es su mano derecha, ni busca medios ni maneras para conseguir una moneda con que ayudar a su casa y familia. Las mañanas se las pasa en oír misa y en estar sentado en la puerta de Guadalajara murmurando, sabiendo nuevas, diciendo y escuchando mentiras; y tanto sus mañanas y tardes, se va a las casas de juegos de azar, y allí sirve de mirón, que, según he oído decir, que los dueños de estas casas no les gusta los mirones. A las dos de la tarde viene a comer, sin que le hayan dado una moneda de propina, porque ya no es usual darlo. Vuélvese a ir, vuelve a media noche, cena si lo halla, y si no bosteza y se acuesta; y en toda la noche no descansa, dando vueltas. Le pregunto qué tiene. Me responde que está haciendo un soneto en la memoria para un amigo que se le ha pedido; y se las da de poeta, como si fuese oficio, como si no supiera que está vinculada a la necesidad.
SOLDADO: Mi señora doña Guiomar ha hablado con razón. Si yo actuara con la misma sensatez, ya habría pedido ayuda a personas poderosas para aparentar ser importante, montado en una mula de alquiler en mal estado, con mis pertenencias limitadas a lo básico. Saldría cansado y esforzado, y enviaría a casa algunos productos baratos que encontrara en mis viajes para mantener a mi familia. Pero, como no tengo trabajo ni nadie me quiere contratar por estar casado, no sé qué hacer. Por eso, le suplico, señor juez, que nos separe, como mi esposa lo pide.
DOÑA: Y hay más en esto, señor juez: que, como yo veo que mi marido es tan para poco, y que padece necesidad, me esfuerzo para encontrar una solución para ayudarle; pero no puedo, porque, en resolución, soy mujer de bien, y no tengo de hacer cosas deshonrosas.
SOLDADO: Por esto solo merecía ser querida esta mujer, pero, debajo de su apariencia honorable, tiene encubierta la más mala condición de la tierra: exige celos sin causa, grita sin porqué, presume sin hacienda, y, como me ve pobre, no me estima ni me considera importante; y es lo peor, señor juez, que quiere que, a trueque de la fidelidad que me guarda, le sufra y disimule millares de millares de impertinencias y mal temperamento que tiene.
DOÑA: ¿Pues no? ¿Y por qué no me habéis vos de guardar a mí decoro y respeto, siendo tan buena como soy?
SOLDADO: Oíd, señora doña Guiomar; aquí, delante de estos señores, os quiero decir esto: ¿por qué me hacéis cargo de que sois buena, estando vos obligada a serlo, por ser de tan buenos padres nacida, por ser cristiana y por lo que debéis a vos misma? ¡Bueno es que quieran las mujeres que las respeten sus maridos porque son de linaje y honestas; como si en sólo esto consistiese, de todo en todo, su perfección; y no echan a ver las virtudes que les faltan que drenan su aval! ¿Qué se me da a mí que seáis de apariencia honorable con vos mismo lo dices, puesto que descuidáis de que lo sea vuestra criada, y si andáis siempre enfadada, enojada, celosa, pensativa, derrochadora, dormilona, perezosa, peleonera, gruñidora, con otras insolencias de esta especie, que bastan a consumir las vidas de doscientos maridos? Pero, con todo esto, digo, señor juez, que ninguna cosa de estas tiene mi señora doña Guiomar; y confieso que yo soy el leño, el inhábil, el dejado y el perezoso; y que, por ley de buen gobierno, aunque no sea por otra cosa, está vuestra merced obligada a descasarnos; que desde aquí digo que no tengo ninguna cosa que alegar contra lo que mi mujer ha dicho, y que doy el pleito por concluso, y aceptaré de ser condenado.
DOÑA: ¿Qué hay que alegar contra lo que tengo dicho? Que no me dais de comer a mí, ni a vuestra criada; y no son muchas, sino una queja, y aun esa criada, que no come como grillo.
Juez: Mirad, señores, aunque algunos de los que aquí estáis habéis dado algunas causas que traen para solicitar una sentencia de divorcio, con todo eso, es necesario que conste por escrito, y que lo digan testigos; y así, a todos os recibo a prueba. Pero, ¿qué es esto? ¿Música y guitarras en mi audiencia? ¡Novedad grande es ésta!
(Entran dos músicos.)
Músico: Señor juez, aquellos dos casados tan enemistados que vuestra merced concertó, redujo y apaciguó el otro día, están esperándolo con una gran fiesta en su casa; y por nosotros le envían a suplicar sea servido de hallarse en ella.
Juez: Eso haré yo de muy buena gana; y ruego a Dios que todos los presentes se apaciguasen como ellos.
Procurador: De esta manera, moriríamos de hambre los escribanos y procuradores de esta audiencia; que no, no, sino todo el mundo ponga demandas de divorcios; que, al cabo, al cabo, los más se quedan como se estaban y nosotros hemos gozado del fruto de sus pendencias y necedades.
Músico: Pues en verdad que desde aquí hemos de ir regocijando la fiesta.
(Cantan los músicos.)
Entre casados de honor,
cuando hay pleito descubierto,
más vale el peor concierto
que no el divorcio mejor.
Donde no ciega el engaño
simple, en que algunos están,
las riñas de por San Juan
son paz para todo el año.
Resucita allí el honor,
y el gusto, que estaba muerto,
donde vale el peor concierto
más que el divorcio mejor.
Aunque la rabia de celos
es tan fuerte y rigurosa,
si los pide una hermosa,
no son celos, sino cielos.
Tiene esta opinión Amor,
que es el sabio más experto:
que vale el peor concierto
más que el divorcio mejor.
Para ingresar al archivo editable, da clic en el siguiente enlace: https://cal.lat/p/aHwJFY
Cervantes, Miguel. (s.f.). Entremés del Juez de los divorcios [Lectura]. https://cal.lat/p/r6yddH